Indignado por un episodio que tuvo lugar días atrás en la
sala en la que se representa una obra que él dirige (Love, love, love), el
autor, reconocido director y productor teatral, hizo llegar a LA NACION el
siguiente texto.
Nunca fui peronista. Ni creo que lo sea alguna vez. Nunca fui kirchnerista, y
tampoco me veo allí en el futuro, si es que esta facción política tuviese algún
futuro. No milito ni milité orgánicamente en ninguna organización
política. Me sentí más o menos interpretado, a lo largo de casi 40 años, con lo
que hoy se da en llamar "centroizquierda", algo parecido a las
socialdemocracias. Fui a la Plaza a apoyar a Alfonsín. Fui a apoyar la elección
de Cámpora. Fui a la cárcel de Devoto a reclamar la liberación de los presos
políticos. Fui a muchos lados. Y también fui a la ESMA en aquel famoso acto de principio de gestión de Néstor Kirchner, apoyando la
recuperación para las organizaciones de derechos humanos de esa vergonzosa
institución militar que manchará eternamente la historia argentina.
Me gusta ser argentino, a pesar de las innumerables razones (pobreza y
corrupción estructurales, represión, discriminaciones) que la práctica política
y social de instituciones varias me han ido dando a lo largo de mi vida, para
empujarme a sentir vergüenza más de una vez.
Pretendo ser un artista y colaborar con mi obra a la construcción de una
conciencia comunitaria más solidaria, justa, equitativa y de signo nacional.
Desde hace más de 40 años voy de teatro en teatro actuando y dirigiendo obras
que me alimenten en la comprensión de la vida humana y sus misterios. No soy
político. Pero no soy estúpido, creo. Sé que mis actos públicos (a través del
teatro) constituyen un acto, también, de naturaleza político-social. Bienvenido
sea, pero esencialmente soy un artista (lo pretendo) del teatro argentino.
Admiro la lucha de la Madres de Plaza de Mayo en los "años de plomo". Admiro
la lucha de las Abuelas y la
altísima dignidad con la que buscan a sus nietos. Admiré (y quisiera que ella me
permitiera seguir haciéndolo) a la señora Estela de Carlotto, con un
énfasis que tuve el honor de transmitirle personalmente pocos meses atrás,
cuando tuvo la deferencia de responder a una invitación nuestra y asistir a una
función de la obra Love, love, love , que dirijo. Aunque aborrezco las
actitudes "cholulas" y huyo de ellas como de la peste, le pedí que me permitiera
tomarme una foto a su lado para mostrársela a mi hijo, con orgullo.
Hace unos días me piden que se lea al público una carta apoyando la nueva
edición del ciclo Teatro por la Identidad al finalizar la función de nuestra
obra, como es costumbre en todos los teatros de Buenos Aires. Decenas de veces
lo hicimos en otros espectáculos y yo mismo, en persona, fui el encargado de
leerlo alguna vez. Siempre lo hice muy entusiasmado, como un acto que me
obligaba moralmente y a la vez me enaltecía.
Pero esta vez, con enorme dolor, no pude, Estela. La encrucijada moral en la
que usted y su organización me encerraron no me dio alternativa. De ahí el
motivo de esto que hoy me siento compelido a expresarle.
Al llegar al teatro donde se representa nuestra obra con la intención de leer
vuestra carta, me encontré en la puerta misma de nuestra sala (dentro del
teatro, no en la calle) con un grupo de legítimos adherentes de Abuelas
repartiendo al público que se retiraba el periódico oficial de su organización.
En la primera plana estaba una gran foto suya junto a la señora Gils Carbó,
apoyando la exótica y
tendenciosamente bautizada "democratización de la Justicia". Había también
otros titulares de primera plana acusando a la Corte Suprema de la
Nación de atentar contra actos legítimos de gobierno, por el solo hecho de
cumplir con las funciones a las que la Constitución (con la que este gobierno
fue elegido) la obliga. En mi barrio no estaba bien visto ir corriendo los arcos
en medio de un partido. Imposible para mi conciencia ética ser cómplice de
semejante autoritarismo encubierto, contra el que traté de luchar durante toda
mi vida. Con la carta de Teatro por la Identidad en la mano, a punto de leerla,
me sentí violentado ideológicamente. Víctima de una encerrona fáctica que
pretendía obligarme a convertirme en Drácula si la leía o en Frankenstein si no
lo hacía.
Pero aun había agravantes éticos más repugnantes a mi conciencia. Esto
ocurría el día en que la presidenta de la República
pretendía que se aprobara el pliego del
general Milani, mientras una madre de desaparecidos de La Rioja lo acusaba
de responsabilidad en la desaparición de su hijo conscripto.
Todo esto, además, estando en plena campaña electoral.
¿Cómo no leer al público la carta que apoya el noble objetivo de ayudar a la
recuperación de hijos de desaparecidos? ¿Cómo leerla sin estar implícitamente
apoyando acciones netamente partidizadas por una organización que (a mi juicio)
jamás debió abandonar su misión de reclamar desde ese lugar de dignidad ética,
que no es propiedad de ningún gobierno, cualquiera sea su signo político?
Decidí no leerla: no quiero ser parte obligada de la campaña electoral del
gobierno nacional. Y pedí que si alguno de mis compañeros de trabajo en el
teatro quisiera hacerlo, aclarase al finalizar que no todos los integrantes de
la compañía coincidían con esta acción. Debatimos, y se concluyó que no la
leeríamos. Así fue. Por primera vez una compañía en la que yo participo no
adhirió a lo que siempre habíamos adherido con el corazón.
Tristeza, congoja, desazón. Dolor profundo. Angustia. Noche de pesadillas en
mi cama.
Decidí escribir este doloroso texto para explicarme. Decirles a mis amigos, a
mi hijo, por qué "traicioné" la noble búsqueda de Estela de Carlotto a pocos
días de fotografiarme con ella.
Ayer vi un cartel de la campaña política del Gobierno: "En la vida hay que
elegir". Por debajo del afiche creí ver chorrear el pegamento del
autoritarismo.
Elijo la duda. No es pragmática y trata de eludir la soberbia de los
necios.